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Literatura y comunicación
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sábado, enero 09, 2010

La Comptemplación de Manuel Vilas

Una selección de Jessica Labarador

Manuel Vilas es poeta y narrador. Nació en Barbastro, España, en 1962. Es autor del libro de relatos Zeta (2002), de las novelas Magia (2004) y España (2008), y en 2009 apareció su reciente novela Aire Nuestro publicada por la editorial Alfaguara. Su poesía ha sido premiada en dos oportunidades: en el 2005, con el XV Premio Internacional de Poesía “Jaime Gil de Biedma” por su obra Resurrección, y en el 2008 ganó el VI Premio Internacional “Fray Ruiz de León” con el libro Calor, elegido libro del año por la revista Quimera.


Su libro Poemas (2009) es un canto al viaje, a la vida, a la historia y al amor. Construido con un lenguaje franco, ameno, realista y también fatalista, que desvela las observaciones y los conceptos de Vilas sobre el exterior que nos circunda. De este estupendo libro ofrecemos hoy a los lectores del “El Club de la Serpiente” un alentador poema, dedicado, por qué no, en esta oportunidad, a las cajeras de nuestra ciudad.




Las manos de las cajeras

Sólo Dios sabe por qué se me regaló el don de aprenderme de memoria las manos de todas las cajeras que me han atendido y cobrado alguna vez en mi vida. Es un don inexplicable, frenético cautiverio de los ojos. Cajeras del Carrefour, del Sabeco, de Alcampo, cajeras de todas las tiendas que he visitado, llevo vuestras manos en el disco muy duro de mi memoria. Manos grandes, pequeñas, manos tristes, alianzas, adornos, uñas de todas las formas y de todos los colores, venas bajo la piel, manos atadas a una máquina registradora, manos cansadas, uñas rotas. Falanges señaladas para trabajos pocos señalados. Manos siempre pulcras, manos a veces de una belleza fulminante. Manos inesperadas. Siempre que voy con el carro de la compra, y dejo el azúcar las galletas en el mostrador, y comienza la cajera el rito de coger con sus manos mi compra, me invade una rabiosa melancolía: miro esas manos que cogen lo que compro, esas manos esclavas, las mías que también lo son, las mías sacan billetes de una cartera, las manos de ella, con sus uñas pintadas (he visto cien mil uñas encerradas en cien mil colores), los cambios, El Rey de España pasando de mano en mano, ausente él también con su efigie narcotizada, las estúpidas galletas, la abundante azúcar. Y es entonces cuando actúa mi memoria. Allí donde solo hay manos muy baratas en trabajos muy duros, yo me aprendo esas manos muy de memoria: dedo a dedo, alianza por alianza, uña a uña, cada falange, cada vena abandonada a su suerte, cada pliegue de la piel, cada forma delicada de los dedos.