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Literatura y comunicación

viernes, diciembre 18, 2009

El Noble Oficio de Librero

Entrevista a Luis Ramírez de la Librería Ludens II
Por  Nancy Audilmar Moreno
Pasante de Letras, ULA

En esta oportunidad ofrecemos a los lectores de nuestro suplemento literario una amena conversación con Luis Ramírez, gerente de la Librería Ludens II, ubicada en un importante centro comercial de Mérida. Ludens II es una librería de gran prestigio que pertenece al grupo editorial ALFA y tiene ya 10 años establecida en nuestra ciudad. Luis Ramírez ha dedicado gran parte de su vida al noble oficio de librero, brindando en Ludens II una atención de primera.


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Nancy Audilmar Moreno: ¿Entre tanta diversidad comercial, qué lo indujo a preferir la venta de libros o tiene otra actividad económica que complemente con ésta?

Luis Ramírez: La forma en que uno llega a los libros en forma general muchas veces es por accidente, de hecho yo llego a los libros por accidente. Yo soy del Perú, y para ese entonces estudiaba Ingeniería Eléctrica, estaba de vacaciones y mi hermano mayor trabajaba en Mérida, entonces necesitaban a alguien por tres días, porque tenían a otro empleado de vacaciones, y me dijeron que si quería trabajar por tres días allí, al tercer día el propietario me dijo que si me quería quedar un mes y me quedé por tres años.

N.A.M: ¿El oficio de librero es acaso consecuencia de la pasión por la lectura?

L.R: En mi caso no, más bien por el hecho de trabajar en la librería fue que poco a poco me fui volviendo lector y más lector, pues, hoy en día sí soy un gran lector.


N.A.M: Al pasar por sus manos tanta diversidad de libros, ¿Qué tipo de lectura les ofrece a sus clientes?

L.R: No de todo tipo, porque uno tiene que balancear las preferencias de ellos, uno no puede recomendar lo que a ti te parece bien, siempre influyen las preferencias del cliente.

N.A.M: ¿Los libros que recomienda los ha leído?

L.R: Sí, en su gran mayoría sí, aunque no leo todo lo que quisiera, porque obviamente lo que menos voy hacer en la librería es leer, leo más bien en mi casa, cuando salgo a diligencias bancarias o en la camionetica por puesto, si vengo sentado voy leyendo, seguro.




N.A.M: De los libros que llegan a esta librería, ¿Cuáles son los preferidos por los lectores?

L.R: Hay de todo, por ejemplo vienen profesores y alumnos de ciencias políticas, como el tema ahora nuestro se mueve mucho en la base política, y hay muchos libros sobre el tema, esto se vende. También hay novelas, de todo tipo, latinoamericanas, venezolanas, hoy en día se puede hablar con propiedad de que se lee un poco más a nuestros escritores.


N.A.M: ¿Qué tanto tiempo le dedica a la lectura?

L.R: Mucho menos del que quisiera, pero trato de sacarle provecho a los espacios libres para poder leer.

N.A.M: ¿Está identificado con las nuevas tendencias literarias, qué nos dice de las corrientes del pasado?

L.R: Es difícil identificarse porque los gustos varían, además precisamente por la promoción tiene uno que leer de todo, por ejemplo en estos días leí algo que tenía que ver con ciencias, después de treinta años, retomar las ciencias parecería un tanto errado, pero resultó simpático.

N.A.M: ¿Qué tipo de pasiones experimenta en su noble oficio de librero?

L.R: De todo, preferentemente la alegría que da que la gente joven lea, a pesar de que muchos puedan criticar los fenómenos Harry Potter o Estefani Meller. En los años que tengo como librero nunca había visto estos fenómenos en los niños y la gente joven, tú te quedas asombrado de que los adolescentes de 14 a 15 años digan yo quiero éste, y si tienen de su mesada se compran el libro, se compran hasta dos, y eso años atrás no sucedía, es muy bonito. Incluso la gente puede criticarte a Paulo Coelho, de hecho yo no leo a Paulo Coelho, no me gusta, pero es un inicio, a la gente que se inicia, perfecto si lee Paulo Coelho, pero no te quedes ahí, avanza un poco más, hay otros escritores, hay un poco más de literatura, bueno por ahí es un camino, o sea que eso no es criticable, es como cuando uno estaba pequeño y comienza leyendo las comiquitas.

N.A.M: ¿Qué títulos recomendaría como regalo para los lectores en estas Navidades?

L.R: De ficción les recomiendo: Mil Soles Espléndidos de Khaled Hosseini; El Símbolo Perdido de Dan Brown; La Isla Bajo el Mar de Isabel Allende; Los Hombres que no Amaban a las Mujeres de Stieg Larsson. Y de no ficción recomiendo: El Insomnio de Bolívar de Jorge Volpi; Bitácora para sibaritas de Alberto Soria; Venezuela: 1830 a nuestros días de Rafael Arráiz Lucca; A ese Infierno no vuelvo de Patricia Clarembaux; El Triunfo del Dinero de Niall Ferguson.



viernes, diciembre 11, 2009

Las ruinas del pueblo que se mudó dos veces

Una crónica de José Alexander Bustamante-Molina





Un señor a caballo salía detrás de una casa y con algunos gritos le pedimos permiso para bajar a la ruinas del pueblo colonial de Mucuño. Asintió con una mano, y sigilosamente bajamos por un camino de recuas. Un perro salió ladrando, al que espantamos con el amague de lanzarle una piedra. Para ser más gráfico, parecía un cuento de Juan Rulfo, era la estética del relato Nos han dado la tierra, la precariedad total, la Venezuela profunda o mejor, la Mérida profunda, parafraseando al mexicano Bonfil Batalla.

Las ruinas de Mucuño las conforman dos terrazas, muchas paredes se mantienen en pie soportando los vientos y el tiempo. Las vacas las tienen como corrales a la espera de una política turística que retome los legados históricos – que al parecer nunca llegará-, al menos para intentar hacer lo que en otros países llaman turismo cultural.

Mucuño fue un pueblo colonial y no de origen prehispánico. La dicotomía del nombre indígena fue incorporada al topos de la arquitectura de la colonia. Cosa habitual en casi todos los pueblos andinos.





Cuentan las historias locales que los antiguos pobladores se vieron obligados a mudarse primero a una de las terrazas, a pocos metros más arriba, hoy en ruinas también. Luego, a mediados del siglo XIX, más que mudanza, la terraza fue abandonada por el pueblo actual de Acequias, debido a la falta de agua producto de movimientos telúricos que desviaron los causes, lo que imposibilitó la habitabilidad del lugar. Aún pueden verse en las montañas las cicatrices de esas historias, como un testimonio de esa naturaleza mítica.

Basilio Vicente de Oviedo, cronista colombiano, visitó la zona en el siglo XVIII. En sus breves relaciones describe -como Carrió de la Vandera en el Lazarillo de Ciegos Caminantes (1775)- los rasgos etnológicos desde el censo de las poblaciones de pueblos conocidos como Acequias, El Morro, San Juan, La Mesa, Pueblo Llano, Tabay, Timotes, Chachopo, Sají (¿Jají?), Chiguará. Menciona la hacienda de los Estanques (hoy Estanques) y el fértil valle de Aricagua (ruta colonial para bajar al llano en busca de El Dorado y el Mar del Sur).

Basilio Vicente de Oviedo dedica un breve párrafo al desaparecido Mucuño, población a la que visitó en su condición de supervisor de la “encomienda colonial”. Según las palabras del viajero cronista publicadas en Testimonios merideños (Carlos Cesar Rodríguez. 1996), Mucuño era un curato “con iglesia completamente ornamentada, está en el Valle de Acequias, tierra templada o fría y sana; produce trigo, maíz, etc. y tiene bastantes ganados. Tendrá 100 indios y 40 vecinos blancos. Rentará a su párroco 500 pesos, y es de cuarto orden” (98-99). Acequias para entonces tenía 100 indios y 50 vecinos, casi como hoy día.

De la iglesia, de la que Basilio Vicente de Oviedo dice que estaba completamente ornamentada para la época, aún se conservan muchas paredes de tapia de más de cinco metros de altura y una profundidad de unos veinte metros o más, poco importan las dimensiones cuando se habla de ruinas. Importa, en cambio, decir que buena parte del legado histórico lo tenemos en la ruinas de Mucuño, custodiado por algunas vacas, protegido por alambres de púa, un perro guardián y los truenos de los dioses.

II

Llegar a las ruinas de Mucuño requiere de un carro de esos que llaman 4x4, como si viajar fuera cosa de matemáticas y no de placer. La ruta más conocida es subir desde las Gonzales vía Tierra Negra en la entrada sur de Mérida. Nuestro viaje, en bicicleta, fue desde el Plan del Morro, bajando al Morro, descendiendo al paso de Nuestra Señora, subiendo hasta las ruinas y luego Acequias, unos 80 kilómetros (la mitad en asfalto o cemento), y aproximadamente seis horas de viaje en las vías actuales. En términos de turismo cultural, llegar a Mucuño representa un día de placer, de baños en el río, de transitar por desiertos.





Herta Müller, la prima rumana de Franz Kafka

Nancy Audilmar Moreno
Pasante de Letras, ULA

La escritora Herta Müller recibió ayer jueves en Estocolmo (Suecia) el Premio Nobel de Literatura correspondiente a este año. Herta Müller nació en Rumania (1953), dentro de una pequeña comunidad de suabos de lengua alemana, y fue víctima de la censura comunista del régimen de Ceausescu, logrando salir del país y estableciéndose en Alemania. Su primer libro de relatos, En tierras bajas (1982), fue publicado, parcialmente, en Rumania, y por su temática crítica se le prohibió a la autora seguir publicando en su país.

El estilo de la escritora, recién galardonada con el premio literario más importante del planeta, es directo, desnudo y seco, y al leerla nos queda en el paladar un regusto a arena. No es de extrañar que los críticos hayan encontrado similitudes estilísticas e incluso temáticas entre la obra de la escritora rumana y el gran narrador mexicano Juan Rulfo.

De Herta Müller se conocen en español dos de sus obras: la ya citada En tierras bajas y El hombre es un gran faisán en el mundo (1986). Esta última, una novela fragmentaria, es una extraordinaria puesta en escena del drama de una pequeña comunidad de alemanes pobres que se han quedado atrapados en Rumania, víctimas del despotismo que ellos no han elegido. Y muestra de forma palmaria y cruda cómo un régimen totalitario desquicia todas las formas de relaciones humanas en una comunidad y en un país. De este estupendo relato ofrecemos a los lectores de “El Club de la Serpiente” un aleccionador capítulo.






EL GALLO CIEGO
La mujer de Windisch se ha sentado al borde de la cama. «Hoy día vinieron dos hombres», dice. «Contaron las gallinas y anotaron el número. Luego cogieron ocho y se las llevaron. Las encerraron en jaulas de tela metálica. El remolque del tractor se llenó de gallinas.» La mujer de Widisch suspira. «Tuve que firmar», dice. «También firmé por cuatrocientos kilos de maíz y cien kilos de patatas. Dijeron que vendrían más tarde por ellos. Les di en el acto los cincuenta huevos. Se metieron en el huerto con sus botas de goma. Vieron el trébol frente al granero. Dijeron que el año próximo tendremos que plantar allí remolachas azucareras».

Windisch levanta la tapa de la olla. « ¿Y los vecinos?», pregunta. «A ellos no los visitaron», responde la mujer de Windisch, que se mete en la cama y se tapa. «Dijeron que los vecinos tienen ocho niños pequeños y nosotros una hija que ya se gana la vida.»

En la olla hay sangre e hígado. «Tuve que matar al gallo blanco», dice la mujer de Windisch. «Los dos hombres recorrieron el corral de arriba abajo y el animal se asustó. Se precipitó aleteando contra la valla y se hirió en la cabeza. Cuando los tipos se marcharon, ya estaba ciego.»

Anillos de cebolla flotan en la olla sobre ojos de aceite. «Y tú misma dijiste que conservaríamos a nuestro gran gallo blanco para tener grandes gallinas blancas el año próximo», dice Windisch. «Y tú dijiste que todo lo blanco es muy sensible. Y tenías razón», dice la mujer de Windisch.