Buscar contenido publicado en el Club

Literatura y comunicación

jueves, mayo 13, 2010

Confesionario de un ausente

Una presentación de Jessica Labrador
Nacido en Acarigua, estado Portuguesa, y licenciado en Educación mención Bilogía y Química, José Escalona Tapia ha encontrado en la poesía una forma de aliento y distracción ante lo inevitablemente perdido. En su primer libro de poesía, Confesionario de un ausente (Asociación de Escritores de Mérida, 2008), lo lejano, el Otro, sólo permanece cerca en el recuerdo: telaraña mental que ajusta la presencia disipada al misterio de la vida. Pero cuando sus hilos no concuerda con ésta, puesto que la ausencia hace estrago en el Yo, la vida, en la poesía de Tapia, pareciera tener sentido en la asociación sentimiento-signo. De esta obra ofrecemos al lector algunas confidencias. 


Epitafio
Aquí yace
la concluyente letra
la última confesión
una conclusión errada
confesión de una vida acabada.


Nunca

Como el recuerdo: nunca te irás
te empeñé mis pensamientos.
No es solo para ti la vida
que nace de tus adentros.
Preciosidad que logra
tu tiempo en su momento.
Y es que en sólo tu apariencia
se pierde el secreto de la vida.
Pasados que escapan
a tu angustioso misterio.
Recuerdos que nunca nublan
el crisol de mis sueños…

Hasta dónde puede ser hermosa
flor que robó mis recuerdos.

Encontrarte

Por entre absurdos atajos de quimeras rotas
y habitaciones vacías de soledad
busco tus perdidos relatos y me acechan tus recuerdos,
con tus cantos de impoluta tristeza.
Encuentro una nueva cantidad de vigilantes retratos
y sigilosos arrabales que no cesan de entonar tu nombre,
y qué es lo que falta, te imploro una respuesta,
si aún conservo lo implacable de mi sentimiento
y tú mantienes lo diminuto de mi recuerdo
donde habita mi nombre, el pasado y tu deshielo,
acaso tus líneas se escriben con las letras de mis sueños,
donde solamente estás, donde inútilmente te busco.


Imagen: "Amor ausente". Disponible en: romero-viera.blogspot.com
                 2) Dispobible en: hersonliterario.obplog.com

viernes, mayo 07, 2010

La Reina del Palenque

Una presentación de José Alexander Bustamante


La rescritura es uno de los modelos ficcionales que se ha convertido en recurrencia y referencia por todo tipo de escritores. Lejos de pensar en una falta de autenticidad, la crítica literaria le ha otorgado a la reescritura un lugar que la consolida como un modelo literario basado en la perspectiva de los fenómenos textuales ya existentes. La Reina del palenque (2010) de  Rosa Angela El Zelah es un claro ejercicio y ejemplo de esta idea. Ella, brillante estudiante de la Escuela de Letras de la Universidad de los Andes. El cuento, un acierto de la perspectiva que se puede elaborar del mundo prehispánico americano.
La Reina del Palenque
Por Rosa Angela El Zelah
 El día que la Reina murió, relata Itzanami, descubrimos que el Rey Pacal era el elegido para revelar la sentencia que escribió el Dios el primer día de la creación. Nuestra Reina, ¡cómo olvidarla!, ya sentía la muerte cerca que se exteriorizaba como el contacto de telarañas en la piel de ambos brazos. Vivió hasta los 45 años.  Su muerte fue un duro golpe para el Rey, quien ordenó enterrar a la mujer que amaba en un sarcófago y amortajarla con cinabrio. A partir de ese momento, se le fueron manifestando los designios del Dios Creador; en su profunda soledad soñaba con hombres que bajarían del cielo en complicadas naves y nos enseñarían a sobrevivir la invasión de los falsos dioses que vendrían del mar a imponer sus leyes y sus creencias; sólo sería posible diferenciarlos de los verdaderos dioses, porque los hombres del mar tendrían las mismas necesidades fisiológicas que nosotros, los mayas habitantes de aquella tierra. Luego de que el Rey manifestara sus visiones, nos preparamos para recibir a los hombres del cielo, pero su llegada nunca sucedió. Sin embargo, sabíamos que nos esperaban la destrucción y el sufrimiento y rápidamente abandonamos Otolum. Cuando el Rey Pacal arribó a la edad de 80 años se produjo su deceso. Físicamente no aparentaba sus años de vida, al contrario, parecía poseer la mitad del tiempo vivido. Sus hijos y los habitantes que quedamos le rendimos el honor que el Rey mereció. En su lápida dibujamos lo que el Rey Pacal soñó: su descenso al Xibalbá convertido en el héroe Ixbalanqué para vencer a los espíritus de la muerte que le arrebataron a su esposa. No sabemos si el Rey Pacal logró su cometido y descendió al Xibalbá o si ascendió al cielo montado en una nave como la de los hombres de sus visiones; lo cierto es que los reyes del Palenque quedarán en la inmortalidad, porque ese es su destino y ningún hombre puede escapar a lo que está escrito. Nosotros huimos de Otolum pero no escapamos al sufrimiento, al destrozo de nuestros dioses, ni recuperamos la libertad.
Imagen: Cabeza Maya. Disponible: noticiaspalenque.com

jueves, abril 29, 2010

LEER EL MUNDO

Por Víctor Bravo



En los inicios del siglo XXI, a veinticinco siglos del surgimiento del alfabeto griego, a casi quinientos años del inicio de la era “Gutenberg”, e inmersos en la era informática, afloran las preguntas iniciales: ¿Por qué se escribe? ¿Para quién se escribe? ¿Se lee? ¿Para qué se lee? Algunas de estas preguntas alimentan la reflexión de escritores de diferentes épocas como Flaubert o Maurice Blanchot: en demanda de esas preguntas parece haber muchas respuestas y ninguna. Si en Madame Bovary, Flaubert  nos muestra el drama de la subjetividad arrastrada por el hipnotismo de la lectura en la insensata y profundamente humana intuición, ya intensamente realizada por el Quijote, de unir ficción y realidad, en La tentación de San Antonio, “la primera obra literaria que se ubica solo y exclusivamente en un entorno de libros” (Blumenberg, 2000:39), trata de unir lo enciclopédico y lo bíblico, intento que continúa en Bouvard y Pecuchet, donde lo enciclopédico, la búsqueda del saber, la apetencia de conocimientos se revela de pronto como inútil. La demanda de un saber enciclopédico desde la marginalidad de los escribientes, nos revela la sobreabundancia de libros en un contexto donde la apetencia de conocimientos es una desmesura, un acto portentoso e inútil.

La literatura pareciera habitar esa zona entre el límite, firme y objetivo de la comunicación, y, en el otro extremo, el límite cenagoso y abismal del sin sentido. En esa zona elabora sus diagramas, sus aristas del estremecimiento, sus castillos transparentes, sus estallidos de asombros. Como el personaje de Joao Guimaraes Rosa, la literatura quiere habitar la tercera orilla del río;  y unas veces parece avanzar hacia la primera orilla, manifestándose a la vez como espejo y pregunta; y otras veces se acerca a la extrema orilla cenagosa,  entonces quiere reducirse al silencio o mostrarnos el insostenible vértigo del sin sentido. Desde este recorrido nos dice Flaubert que desearía escribir una novela sobre nada, o Blanchot hacer de la experiencia literaria la experiencia más profunda del ser.

Decía Luis Ferré (1969:78) que quien sea intensamente reflexivo tropezará con una valla continua de paradojas. Esa intensidad reflexiva es también el camino hacia el sin sentido. Quizás el porqué se escribe, más allá de las inmediatas razones de reconocimiento, narcisismo, para un lector, para la posteridad, etc., parece responder a la necesidad de representación de esa zona donde habita la literatura, que es también experiencia límite de la vida. Sin duda se escribe para un lector, y esa es la certeza del editor y de los estrategas del mercado del libro; sin embargo, tal como lo ha revelado la reflexión de Blanchot, en el acto íntimo de la escritura el escritor tendrá dificultades para responder claramente por qué y para quién se escribe. En ese instante, quizás el escritor intuye que escribe para algo más profundo, para algo que toca lo divino y lo siniestro a la vez. Es el instante de escribir para nadie y de nada, de labrar con la escritura un enigma irreductible, de escribir y destruir lo que se escribe, como vemos con escándalo en algunos dadaístas y en el mandato de Kafka  a Max Brod de la destrucción de sus papeles. Mandato, lo sabemos, no atendido pero que revela con contundencia la grieta del enigma irreductible del para qué y para quién se escribe.


El escritor de éxito, la lógica del mercado y la estadística responderán claramente a estas preguntas: el libro circula en el gran mercado pero no deja por ello, de arrastrar algunas contradicciones. La estadística nos habla de un descenso de la práctica de la lectura en el mundo. Después de las gloriosas décadas de los grandes lectores en el siglo XIX, la estadística siempre nos informa del descenso  alarmante del número de lectores. Pero ésta contradicción (producción de numerosos libros en contraste con la capacidad lectora o número de lectores) es consustancial con la imprenta, y no ha cesado de manifestarse. Así ya en 1477, Hierónimo Squarciafico, quien promovió la impresión de clásicos latinos, ya señalaba que “la abundancia de libros hace menos estudiosos a los hombres”, y a fines del siglo XVII cundía ya la alarma por la cantidad de libros impresos. Leibniz en 1680,  hablaba de “esa terrible masa de libros que continúa aumentando” y  “la infinita multitud de autores que pronto nos expondrá todos al peligro del olvido universal” (McLuhan, Era Gutenberg). En un bien documentado libro, Los demasiados libros, Gabriel Zaid nos describe la lógica o ilógica de esta contradicción; y la escritora Cristina Peri Rossi se quejaba recientemente, en un artículo, de las demasiadas novelas: “tengo la sensación de que todo se publica, todo es traducido, en una especie de frenesí editorial dirigido a unos pocos lectores”. Esa contradicción se revela observando el volumen de producción de libros en países como Francia y España y la desproporción del número de lectores. Al parecer la feroz dinámica del mercado en estos países donde hay garantía de una franja lectora, produce un volumen de libros que van al mercado, y si no hay, con relación a algunos títulos, respuesta de consumo, éstos van a la destrucción: se enciende de nuevo la hoguera de los libros.

¿Por qué leemos? Más allá de los imperativos pedagógicos, de educación o profesionales, el acto de lectura también es enigmático; parece responder a una apetencia inescrutable, quizás a punto de extinguirse según las cuentas de la estadística, como si fuese una silenciosa inmolación espiritual. ¿Es el libro hoy un objeto anacrónico? El debate sobre esta pregunta, en la fascinación o crítica de la era informática, no cesa. Es posible que el libro, que sobrevivió a incendios de la Biblioteca de Alejandría, a la furia del inquisidor, a la persecución de los tiranos, a los nuevos y efímeros dioses de la imagen televisiva, afirme, una vez más, la multiplicidad de mundos que habitan sus páginas, y sobreviva a la gran hoguera desde siglos encendida.   



Imágenes: 1) Leer el Mundo. Disponible: book.blogia.com
                    2) Don Quijote de La Mancha. Disponible: elpais.com
                    3) Alicia Martín. “Biografías”. Disponible en: webwebooks.com