Rosa Ángela M. El Zelah P.
Ya habían transcurrido los cuarenta y cinco minutos de la primera parte, y apenas diez de la segunda. Los latidos de los fanáticos parecían una orquesta de silbidos entonados a ritmo para acompañar al equipo. Todas las miradas estaban en la cancha. En la tribuna Oeste, el corazón de Juan Pérez cesaba el latido poco a poco mientras sentía una fuerte presión en el lado izquierdo del pecho. El delantero acomodó el balón para patear el tiro libre, y cuando el árbitro sopló su silbato, disparó un golazo. Juan Pérez dio un salto y lanzó un grito cargado de dolor, tuvo que sentarse. En el estadio se respiraba la alegría del triunfo y los fanáticos coreaban cánticos de victoria. El balón seguía en juego en la cancha, cuando el equipo contrario traspasó las redes que cuidaba nuestro arquero y el partido quedó empatado. Faltaba poco para el final del encuentro y era un juego decisivo para ambas selecciones. El alma de Juan Pérez estaba en la cancha, desde la tribuna Oeste miraba concentrado el partido con la mano derecha sobre el pecho como si pudiera calmar el dolor. El color de su cara era tan blanco como la camiseta del otro equipo. El árbitro dio tres minutos de reposición, faltando apenas un minuto para el final del encuentro Juan Pérez miraba rápidamente a diestra y siniestra, con su mano derecha se jalaba el cuello de la franela que representaba a su equipo mientras los segundos pasaban y su corazón iba deteniéndose. El puntero izquierdo burló a los defensas y llegó solo a la arquería contraria, como en cámara lenta pateó con su pierna derecha el balón que entró como un rayo en las redes, pasando por un lado del arquero. Todo el estadio saltó y se escuchó un grito que retumbó en todo el país: era la voz de Juan Pérez que después de la celebración de la victoria, dio su último suspiro y su rostro dibujó la última sonrisa.
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