---------------------------------------------------------------
Por Simon Horsten
Decir que las palabras son un instrumento imprescindible para ver, sentir y entender el mundo y la vida que nos rodean, más que una idea es un tremendo cliché. Todos conocemos el falso cuento del esquimal que tiene cuarenta palabras distintas para la nieve, y por consiguiente posee “dedos más numerosos y sutiles para acariciarla minuciosamente desde ojos expertísimos”, como diría José Manuel Briceño Guerrero en Amor y Terror de las Palabras.
Pero eso no es todo. Poetas, locos y políticos nos muestran diariamente que muchas cosas no existirían si no fuese por el nombre. Es la palabra quien le da vida a la “cosa” —que en el libro de Briceño Guerrero no es sino una “indiferente y perezosa madrastra”. Lo relata también el alemán Stefan George en su poema Das Wort (“La palabra”): el narrador encuentra una joya preciosa en algún país lejano, pero cuando descubre que no existe una palabra apropiada para designarla, desvanece la joya definitavemente por entre los dedos del poeta. “Mirá,” afirma Cortázar en Libro de Manuel, “toda realidad que valga la pena te llega por las palabras, el resto dejáselo a los monos o a los geranios”.
Ahora, si tan sólo la falta de palabras puede haber efectos graves o grandes, ¿qué le pudiera pasar a un país sin escritores —sin literatura? La existencia de semejante país sería, por lo menos, dudosa. Tal puede ser el caso de Curazao, una isla a unos meros kilómetros de la costa venezolana, pero en nuestra mente más alejada que Argentina.
Curazao, a pesar de tener un paisaje linguístico tan variado como los paisajes reales de Venezuela, no está muy conocido por su literatura. Es decir, literatura en lengua castellana. Porque varios autores curazoleños llegaron a ser escritores de buena fama en el país colonizador que hace más de dos siglos conquistó Curazao a los españoles: Holanda. Hombres con nombres como Boeli Van Leeuwen, Tip Marugg, Frank Martinus Arion y —sobre todo— Cola Debrot, son considerados excelentes novelistas en lengua neerlandesa, una de las oficiales de Holanda y de Curazao.
Sin embargo, el neerlandés no sigue siendo el idioma más importante de la isla caribeña; el inglés, el español y más que nada el papiamento están reemplazando exitosamente a la elegante lengua del antiguo colonizador holandés. (Dicho sea que éste último sigue teniendo un vínculo significativo con la isla; por ejemplo, Curazao hasta hoy en día forma parte del Reino de Holanda). Cualquier curazoleño habla por lo menos tres lenguas. Eso es, habla tres lenguas en una misma frase. La cuarta a ciencia cierta aparece en la frase que sigue.
En tal contexto es asombroso que los únicos escritores famosos que conocemos son neerlandófonos; isleños que se dirigen con su arte, en gran parte, hacia el continente europeo. Y más asombroso aún es que esos escritores escriben todos, y sin contar unas expresiones para el color local, en un solo idioma; la viva variedad linguística de Curazao no tiene un equivalente en su literatura.
Pero la palabra existe, y existe la cosa: literatura plurilinguística. En la capital de la isla, Willemstad, parece haber un ambiente artístico con mucha marcha: músicos, pintores, raperos y slameros se reúnen en la esperanza de dar una voz a su país. Bien entendido: una voz polifónica.
Todavía el mundo no se ha enterado de los nombres de esos nuevos artistas caribeños, pero eso no impide que se muevan las cosas, que las palabras se trasladen. El único poeta y cuentero que ha logrado alguna resonancia fuera de las playas de su isla, es Nelson van Breughelinck. Fue el mismo Frank Martinus Arion —que actualmente dedica su tiempo al Curaçao Language Institute, un instituto que pretende difundir y estandarizar el papiamento— que ayudó a Van Breughelinck a publicar su poesía en algunas revistas holandesas. Un logro admirable, visto que los poemas del joven curazoleño brillan en primer lugar por la diversidad de lenguas, dialectos e idiolectos.
Por lo que sepamos, es ésta la primera vez que se publica un texto de Nelson van Breughelinck en papel hispanohablante. Echemos una mirada a su poema sobre Willemstad, Tambe den stad (“También en la ciudad”, título en papiamento).
Ik wandel door de straten als tortuga di laman
En de schaduw schuift voorbij als de meest langzame man
Awe ta dia domingu
Ta un dia di importancia pa ningun hende
Ta dia na mi kurason
Awel si, na mi kurason
I ta kaprichoso e dia domingu.
I’m walking through the streets like a tortuga di laman
And my shadow slowly passes by while I don’t move a bit
cambio di stad bibo semper
I e dia ta un ehempel di tur e dias
Cu ta un dia di boso
Di tur hende
Di tur kos.
Camino por las calles como tortuga di laman/Y la sombra me asombra indicando el camino
I swim
Ik wandel
Y sé volar
Wherever ik wil
Tambe den stad
Tambe den stad
Tambe den kurason.
Las reminiscencias de Fernando Pessoa —“e dia ta un ehempel di tur e dias’”(“el día es un ejemplo de todos los días”) es un verso que pudiera haber inventado el heterónimo Alberto Caeiro— ni siquiera son el aspecto más llamativo de Tambe den stad. Eso es, obviamente, la facilidad con que el poeta salta de una lengua a otra, sin perder el tono o la particularidad de su propia voz.
Van Breughelinck arranca en neerlandés, al que lo siguen el papiamento, el inglés, otra vez el papiamento, el español y termina con los tres idiomas, enfatizando el papiamento. Los tres versos con la palabra papiamenta “tortuga de laman”, muestran las posibilidades del poliglotismo poético: el sentido apenas cambia de un idioma a otro, el ritmo no es igual pero tampoco choca; lo que cambia el verso por completo es la melodía. Eso le da una dinámica al poema que no se alcanza con una sola lengua. Es la fuerza y forzosamente el futuro de la cultura curazoleña.
Y así, un país que a primera vista parece carecer de escritores y de palabras, en realidad dispone de una gran cantidad, de una enorme variedad de verbos, tonos y melodías. Son esas palabras que le dan una múltiple existencia a Curazao.
Foto: Nelson van Breughelinck durante su visita en Holanda. (cortesía de Armada)
No es nada extraño usar varios idimas en un mismo texto. El autor curazoleño Boeli van Leeuwen en su colección de cuentos titulado "De ruïne van een kathedraal" usa la misma técnica. También autores hispanos de los Estados Unidos como Juan Armando Epple y José Luis González usan esta técnica. También la usan autores de la África francófona como Soeuf Elbadawi y Diogène Ntarindwa.
ResponderEliminarAtentamente, Arnold B. Conquet Alcalá