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Literatura y comunicación

sábado, septiembre 25, 2010

“El Desnudo”


Una presentación de Ramón Uzcátegui Mendez

El relato literario puede presentarse desde las fracturas de la conciencia y alcanzar un desorden aparente, equilibrado, alterno y en armonía, produciendo una sensación de desencanto coherente.
En el cuento “El Desnudo”, por Simon Horsten, presentado para esta edición, apreciamos una especie de diálogo donde el lector, “un habitante sin nombre”, participa y se sumerge en el juego del lenguaje que sugiere planos ambiguos de la realidad y la fantasía. Morfologías de las palabras que se alteran y se personifican, desdoblamientos del sentido que nos llevan a otras incógnitas donde se nos muestra un desnudo artístico del ser.
Un “Entonces” de naturaleza lingüística y humana se nos presenta hilado al discurso narrativo, pero al mismo tiempo se hace fugitivo de las estructuras sintácticas presentadas por el narrador. Llega a ser un tiempo adverbial sin concluir que sugiere otra construcción, la elaborada en el libre albedrio del lector. Es una especie de rito que conjura otras posibilidades encontradas en el vacío, donde el artista baila con su propia sombra y se deja llevar por su decisión y desencanto, con las aristas de la soledad que lo lleva a un encuentro sin argumentos, solo con la nada y la desnudez apacible del vestido, de la carne, de las venas, del alma, hasta caer preso de su propio desnudo. ”Aquí no queda nada. Apenas permanezco yo. Acaso desvanezco yo”, es una afirmación en un racimo de soledades compartidas con el lector y la palabra que se encarga de impulsarnos  hacia otro punto del devenir; el de nuestra propia óptica.

El Desnudo
Por Simon Horten
Magister en Literatura Occidental
por la Universidad Católica de Lovaina


Y qué sé yo qué ha de ser de mí si nada rima con nada.
Alejandra Pizarnik

Me prometo no decir nada hoy. Me preguntas por qué te lo digo a ti, entonces. Mientras me quito la ropa te lo explico: es mi primera decisión en dos semanas y tengo que compartirla con alguien. Más nada. Mas no hay nadie no veo no siento no persigo a nadie sino a ti. Madura, madura por fin y por favor, me pides con un gesto fatigado y sólo pienso por fin y favor porfinifavor porfinitamente. Me ayudas a desnudarme y tienes frío.
¿Entonces? Entre nosotros dos, o sea tú y yo, entre ambos, pues, siempre oscila la misma pregunta. En efecto, nunca viene nada después del entonces. Es eso lo que me enloquece, la verdad. Empezamos a bailar, tú y yo. Es decir: obviamente no soy yo el que está bailando, eso no es nada para mí, es una antigua decisión. Eres tú, mientras murmuro una canción que no me acuerdo, aunque sí quiero. El frío te agarra y te da vueltas. Entonces...

...nada.

Tres veces te lo digo antes de que te pares me pares bolas. Tienes frío, digo, ponte mi ropa que está calientica. Tantos años, tantas bolas y tanta vida y tan poco que podemos hacer. Tú te pones la ropa, pero calentarte es otra cosa. Tres veces te pones mi ropa y cada vez de otra manera y siempre tienes más frío y pareces más triste que yo y no digo nada porque así me lo prometí. Triste, pero sólo lo piensas.
Invento sentimientos e intento sentirlos. Impresionante, me dices, impresionante aquella cosa, suena como si lo hubieses pensado de verdad. Instintivamente te tocas con el dorso de la mano, tienes piel de gallina. Imitas con la muñeca una gallina que busca gusanos o hierba o lo que sea que buscan las gallinas que imitas con la muñeca. Interrumpes el movimiento para decirme algo que no te sale por el frío.
Responde, pues. Rodea si quieres, pero responde. Ríete o cállate, pero primero dame una respuesta que no sea otro entonces.
Al mirarte bien lo veo porfinidesgracia. Antes tenías buen color. Ahora el frío te lo quitó. A pesar de la ropa que te pusiste. Acabaste con el baile las preguntas las muecas las palabras nunca dichas y las dichas. Amputaste lo mío de ti pero uno de los dos debe perder más. Aquí no queda nada. Apenas permanezco yo. Acaso desvanezco yo.
¿Sabes por qué no he dicho nada? Si quieres saber, pega un grito. Sí quieres.




Imágenes disponibles en versoslibres.blogspot.com

lunes, septiembre 20, 2010

Rutina


Por Gabriela Stari

Estudiante de Letras (ULA)


Se levantó de la cama, con esa sensación de que podría haberse quedado más, pero ya era demasiado tarde. Miró a su lado y no le sorprendió que ese lado no haya sido usado. Se despojó de los últimos restos de sueño que raptaban por su mente y se acercó al baño donde se lavó los dientes, hizo sus necesidades y se miró al espejo. No le gustó lo que vio, una señora de alrededor de 45 años tenía el descaro de devolverle la mirada. Algunas canas prematuras habían hecho su aparición, pero a pesar de todo su pelo seguía siendo tan abundante como cuando tenía 20, dudoso consuelo contra el inexorable paso del tiempo. Con un suspiro de resignación fue al living. Entrevió a su marido durmiendo en el sillón que estaba justo enfrente de la tele. En la tele se podía ver el canal de noticias (como era costumbre) y el volumen estaba lo suficientemente alto como para molestar a cualquier persona que no fuera sorda.

¡¿Juan José Castillo, cuántas veces tengo que decirte que no tienes que quedarte viendo tele hasta tarde?!

El aludido no dio acuso de recibo, casi como si no estuviera ahí.

¿Quieres el desayuno? Creo que quedó algo del café con leche que no has tomado ayer. Si sigues así te enfermarás, nunca comes, estas todo el día echado mirando la televisión, replicó Marta indignada.

Se acercó a la cocina y calentó café en un pocillo que ha conocido tiempos mejores, pero de eso hace años. De la heladera sacó la taza de café con leche que había quedado del día anterior y también la calentó. Abrió la alacena, extrajo un par de galletas que colocó cuidadosamente en un plato y esperó a que el café estuviera listo. Lo sirvió con una medida de leche, y colocó todo esto en una bandeja que llevo al living. Se rió de la incongruencia de haber calentado el café con leche del día anterior, si al fin y al cabo siempre acababa haciendo uno nuevo.

-Anda Juan, ven a desayunar. Aunque estaba convencida de que era vano pedirle algo, ya que su esposo se quedaría viendo la tele todo el día. ¿Has visto como se te ha enfriado el café con leche?- dijo al cabo de una hora, te lo dejaré en la heladera por si tienes hambre a medio día.

Dicho y hecho Marta se dispuso a hacer los quehaceres domésticos, sin molestar a su esposo que lo único que hacía era ver televisión a un volumen ensordecedor.

Al mediodía preparó una tortilla de papas y unas milanesas, sólo para que se repita el rito de la mañana y comiera sola, viendo que lo único que hacía su esposo era reposar en su sillón.
El día paso sin novedades y a las 7 de la noche Marta dijo en tono solemne:
Espérame aquí, sé que no te gusta lo que tengo que hacer y para ser sincera a mí tampoco, pero debo. Prometí que lo haría y debo cumplirlo. Eso sí, apagaré la tele a ver si duermes un rato.
Se maquilló sutilmente, agarró su cartera y se dispuso a salir. Comprobó que tenía las llaves en el bolsillo y se encaminó al cementerio que quedaba a unas pocas cuadras.
Cuando llegó, saludó al sereno, compró rosas en la entrada, buscó la parcela número 80, se arrodilló frente a la lápida y lloró amargamente. En la fría piedra se podía leer el siguiente epitafio:
“Juan José Castillo 1940-1999. Buen esposo y mejor padre. Prometiste nunca dejarme y sé que lo vas a cumplir. Te ama tu esposa Marta”.
Dejó las rosas y volvió a su casa con paso cansino.


-¿Así que te has despertado? Le dijo a alguien que debía de haber estado esperándola en el sillón, pero dejo de existir hacía años. Bueno, te dejaré la tele encendida así ves las noticias. No te quedes dormido pues espero que vuelvas a la cama, sabes lo sola que me siento sin ti.
Comió los restos del almuerzo y se retiró a dormir esperando a su esposo, que intuía nunca iba a volver.
Se levantó de la cama, con esa sensación de que tendría que haberse quedado más, pero ya era demasiado tarde para eso. Se acercó al living y vio la tele encendida. Otra vez se ha quedado despierto viendo el noticiero pensó y fue a buscar la taza de café con leche que había quedado del día anterior para calentarla una vez más.



 Imagen disponible en http://www.7medio.com/

domingo, agosto 15, 2010

“Están en plenilunio los pezones”


















     Una presentación de Jessica Labrador
Ramón Uzcátegui (Mérida, 1972) es poeta, músico. Lic. en Letras, docente de niños con compromisos cognitivos y estudiante de la XII Cohorte de la Maestría de Literatura Iberoamericana (ULA, Mérida).  Su creación poética está plasmada en Sendas Calcinadas, Poemario de Luna Abierta, Cuadernos de la ciudad y el Reino de la Soledad. En 1996 Poemario de Luna Abierta ganó el Premio de Poesía de la Dirección de Asuntos Estudiantiles (DAES) de la Universidad de Los Andes, y en el 2001 lo obtuvo Cuadernos de la ciudad.
Como poesía de nuestro tiempo-en términos de Octavio Paz- los versos de Uzcátegui no escapan de la soledad y la rebelión que busca el opuesto de aquella. En Poemario de Luna Abierta, los veinte sonetos que lo conforman revelan el deseo de acabar con el desencanto y la tristeza, de romper las cadenas imaginarias que imposibilitan el actuar del Ser. Si para Píndaro la luna “era el ojo de la noche” y para Horacio “la reina del silencio”, Ramón Uzcátegui fusiona ambas perspectivas para mostrar que noche y silencio son espacios de la soledad que provocan la imaginación y la fantasía, las mismas que definen lo estrafalario, fantástico o extravagante de sus voces poéticas. Éstas, como la luna en su único tiempo, la noche, y en su único imperio, el silencio, están sujetas a la ley universal del devenir, nacer y morir con el impulso amoroso del cuerpo.

















XV
La tarde tiene vientre de corales
y se ha dormido al tacto de una rosa.
Me envuelven las caricias de mi esposa
en el temblor aroma de sus sales.
He navegado a solas los raudales
de sus labios en hora silenciosa.
La tarde tiene olor a mariposa
y tú y yo con las penas laterales.
¿A dónde irá tu rastro de salmones?
¿a lo ancho de mi piel de dado en dado,
entre sombras, luceros y botones?
¿Al ocaso de un pecho enamorado?
Están en plenilunio los pezones
y me he quedado mudo en tu costado.


II
En esta noche de espesores bellos
Me estremece una araña. Si me ayudas
A tejer los vestidos de mis dudas
En el cerrojo añil de mis cabellos,
en esta noche de baúl y sellos,
¿cantará el grillo sobre piedras rudas?
¿La lumbre al pecho? ¿Las espaldas mudas
en el umbral espeso, en los destellos?
Me empujan las estrellas giratorias
a un fontanal de andamios florecidos.
Estoy sereno en este abril de norias.
Siento el costado abierto de latidos
y el aliento mojado de memorias.
¿Dónde besan mis labios desteñidos?