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Literatura y comunicación

sábado, octubre 16, 2010

LOS OJOS DEL CUERVO

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Por Ramón Elías Pérez
Los hechos ocurren con tanta celeridad que no hay tiempo para el asombro y por otro lado, la velocidad impresa en la tecnología de las comunicaciones nos obliga a transformar el ritmo de nuestro pensamiento y de algunos hábitos. Nada es igual dice el lugar común para tratar de explicar lo que acontece; desde el viaje en avión, la llamada por celular, y la inexplicable internet son algunos de estos hechos que les transformaron la vida a todos los habitantes de la tierra. Lo contrario es vivir en las cavernas, en la edad de piedra y no lo decimos por denigrar de la naturaleza, pues hacia allá buscarán las generaciones futuras intoxicadas por la civilización y el progreso. Codazo, pedazo, cedazo… le doy, le doy. En una ocasión, después de adquirir la tarjeta de débito, me vi en la necesidad de utilizarla. Al comienzo me volví un etcétera leyendo y tocando las teclas, terminaba el tiempo de la transacción y no podía retirar dinero. Atrás había varias personas esperando, qué pena, no me quedó más remedio que retirarme y darle oportunidad a los demás. ¡Qué vergüenza! Luego aprendí y de tanto repetir la acción me volví un experto, un verdugo como diríamos aquí. Para abrir un correo electrónico tuve que pedir ayuda y cuando por fin decidí comprar un celular y comunicarme con el resto del género humano, mis hijos me auxiliaron. También aprendí a navegar y así por el estilo he hecho cosas de las que a veces me siento un tanto mal, como pasar varias horas en un centro comercial, tipo “sambil”, haciendo nada. Devorando esa comida chatarra compuesta de grasa, tembó, tembó, tembó acompañada de una bebida light. Nos hemos acostumbrado a este ritmo de vida tan espantoso que a veces nos sentimos horribles cuando no escuchamos el ruido, la alharaca, el bullicio. Nos asusta la quietud, desdeñamos la sombra de un árbol, el azul de las aguas, la versatilidad del lenguaje. Debo decir que me aturde un fanfarrón, un hablador de pendejadas que le teme y le asusta el silencio. Y a propósito de la palabra, no hay cosa más triste que ver el idioma convertido en guiñapo, en esa cosa que llaman “reguetón”, un “espanglis” con sonidos monocordes y una supuesta rima que no es más que una copia triste de un ritmo que nació en los bajos fondos de la metrópoli estadounidense, nada original. Atrévete, tete, te… soy yamilet, cuidado con la gillet… desde ahora en adelante soy lo que siempre he sido, una tuerca filosa, una más, de esta maquinaria que nos dice que eres diferente pero estás programado para ser un producto, un número en la masa de consumidores. Bailadores, bebedores apaguen los televisores, vivan los castores. No hay salvación, se nos cayó el imperio, el modelo. Ahora somos las hordas de descamisados y descalzos que tomamos las calles de las ciudades y comenzamos a saquear centros comerciales, bodegas, mercados. No hay razón para que exista hambre en un mundo repleto de alimentos. Las hormigas lo devoran todo a su paso. Si hay vida, es sólo que ahora el poder ha cambiado. La guerra es una mala excusa para robar, depredar, salvar economías... El imperio está desesperado y ha programado extender su intromisión en el mundo árabe, musulmán. Luego vendrán por nosotros, el petróleo, el hierro, el cobre... se ¡Oh Dios! la tabla de los elementos. No más, no más dice la letra de esta canción… muévete duro, duro... mi flaca que llegó el canguro, tragando puro, carburo, puro... puro carburo.
Imagen: tefitadecolores.wordpress.com/

miércoles, octubre 06, 2010

Tantas lenguas, tantas islas

--------------------------------------------------------------- Por Simon Horsten
Decir que las palabras son un instrumento imprescindible para ver, sentir y entender el mundo y la vida que nos rodean, más que una idea es un tremendo cliché. Todos conocemos el falso cuento del esquimal que tiene cuarenta palabras distintas para la nieve, y por consiguiente posee “dedos más numerosos y sutiles para acariciarla minuciosamente desde ojos expertísimos”, como diría José Manuel Briceño Guerrero en Amor y Terror de las Palabras.
Pero eso no es todo. Poetas, locos y políticos nos muestran diariamente que muchas cosas no existirían si no fuese por el nombre. Es la palabra quien le da vida a la “cosa” —que en el libro de Briceño Guerrero no es sino una “indiferente y perezosa madrastra”. Lo relata también el alemán Stefan George en su poema Das Wort (“La palabra”): el narrador encuentra una joya preciosa en algún país lejano, pero cuando descubre que no existe una palabra apropiada para designarla, desvanece la joya definitavemente por entre los dedos del poeta. “Mirá,” afirma Cortázar en Libro de Manuel, “toda realidad que valga la pena te llega por las palabras, el resto dejáselo a los monos o a los geranios”.
Ahora, si tan sólo la falta de palabras puede haber efectos graves o grandes, ¿qué le pudiera pasar a un país sin escritores —sin literatura? La existencia de semejante país sería, por lo menos, dudosa. Tal puede ser el caso de Curazao, una isla a unos meros kilómetros de la costa venezolana, pero en nuestra mente más alejada que Argentina.
Curazao, a pesar de tener un paisaje linguístico tan variado como los paisajes reales de Venezuela, no está muy conocido por su literatura. Es decir, literatura en lengua castellana. Porque varios autores curazoleños llegaron a ser escritores de buena fama en el país colonizador que hace más de dos siglos conquistó Curazao a los españoles: Holanda. Hombres con nombres como Boeli Van Leeuwen, Tip Marugg, Frank Martinus Arion y —sobre todo— Cola Debrot, son considerados excelentes novelistas en lengua neerlandesa, una de las oficiales de Holanda y de Curazao.
Sin embargo, el neerlandés no sigue siendo el idioma más importante de la isla caribeña; el inglés, el español y más que nada el papiamento están reemplazando exitosamente a la elegante lengua del antiguo colonizador holandés. (Dicho sea que éste último sigue teniendo un vínculo significativo con la isla; por ejemplo, Curazao hasta hoy en día forma parte del Reino de Holanda). Cualquier curazoleño habla por lo menos tres lenguas. Eso es, habla tres lenguas en una misma frase. La cuarta a ciencia cierta aparece en la frase que sigue.
En tal contexto es asombroso que los únicos escritores famosos que conocemos son neerlandófonos; isleños que se dirigen con su arte, en gran parte, hacia el continente europeo. Y más asombroso aún es que esos escritores escriben todos, y sin contar unas expresiones para el color local, en un solo idioma; la viva variedad linguística de Curazao no tiene un equivalente en su literatura.
Pero la palabra existe, y existe la cosa: literatura plurilinguística. En la capital de la isla, Willemstad, parece haber un ambiente artístico con mucha marcha: músicos, pintores, raperos y slameros se reúnen en la esperanza de dar una voz a su país. Bien entendido: una voz polifónica.
Todavía el mundo no se ha enterado de los nombres de esos nuevos artistas caribeños, pero eso no impide que se muevan las cosas, que las palabras se trasladen. El único poeta y cuentero que ha logrado alguna resonancia fuera de las playas de su isla, es Nelson van Breughelinck. Fue el mismo Frank Martinus Arion —que actualmente dedica su tiempo al Curaçao Language Institute, un instituto que pretende difundir y estandarizar el papiamento— que ayudó a Van Breughelinck a publicar su poesía en algunas revistas holandesas. Un logro admirable, visto que los poemas del joven curazoleño brillan en primer lugar por la diversidad de lenguas, dialectos e idiolectos.
Por lo que sepamos, es ésta la primera vez que se publica un texto de Nelson van Breughelinck en papel hispanohablante. Echemos una mirada a su poema sobre Willemstad, Tambe den stad (“También en la ciudad”, título en papiamento).
Ik wandel door de straten als tortuga di laman En de schaduw schuift voorbij als de meest langzame man Awe ta dia domingu Ta un dia di importancia pa ningun hende Ta dia na mi kurason Awel si, na mi kurason I ta kaprichoso e dia domingu.
I’m walking through the streets like a tortuga di laman And my shadow slowly passes by while I don’t move a bit cambio di stad bibo semper I e dia ta un ehempel di tur e dias Cu ta un dia di boso Di tur hende Di tur kos.
Camino por las calles como tortuga di laman/Y la sombra me asombra indicando el camino
I swim Ik wandel Y sé volar Wherever ik wil Tambe den stad Tambe den stad Tambe den kurason.
Las reminiscencias de Fernando Pessoa —“e dia ta un ehempel di tur e dias’”(“el día es un ejemplo de todos los días”) es un verso que pudiera haber inventado el heterónimo Alberto Caeiro— ni siquiera son el aspecto más llamativo de Tambe den stad. Eso es, obviamente, la facilidad con que el poeta salta de una lengua a otra, sin perder el tono o la particularidad de su propia voz.
Van Breughelinck arranca en neerlandés, al que lo siguen el papiamento, el inglés, otra vez el papiamento, el español y termina con los tres idiomas, enfatizando el papiamento. Los tres versos con la palabra papiamenta “tortuga de laman”, muestran las posibilidades del poliglotismo poético: el sentido apenas cambia de un idioma a otro, el ritmo no es igual pero tampoco choca; lo que cambia el verso por completo es la melodía. Eso le da una dinámica al poema que no se alcanza con una sola lengua. Es la fuerza y forzosamente el futuro de la cultura curazoleña.
Y así, un país que a primera vista parece carecer de escritores y de palabras, en realidad dispone de una gran cantidad, de una enorme variedad de verbos, tonos y melodías. Son esas palabras que le dan una múltiple existencia a Curazao.
Foto: Nelson van Breughelinck durante su visita en Holanda. (cortesía de Armada)

sábado, septiembre 25, 2010

Presentan en la librería La Ballena Blanca


Puertas de Galina, de Alberto Hernández

El próximo jueves 30 de septiembre será presentado en Mérida el poemario Puertas de Galina, de  Alberto Hernández (Calabozo, estado Guárico, 1952). La obra, que ha recibido la bienvenida en otras ciudades del país, funda una especie de espacio simbólico, que va más allá de una ciudad llena de sueños y preguntas, pasadizos y desgarraduras. Una suma imágenes reinventadas por este autor, que posee una obra sólida, refrendada en sus poemarios anteriores, entre los cuales destacan: La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996), entre otros.
Puertas de Galina lleva el sello de la editorial caraqueña Memorias de Altagracia, dirigida por  los escritores Israel Centeno y Graciela Bonet. En esta oportunidad el autor será presentado por Gregory Zambrano, escritor y académico de la Universidad de Los Andes. Acerca de este libro ha escrito Eduardo Casanova: “Yo estuve en Galina. Fui a Galina con Alberto Hernández. Conocí sus calles empedradas que se llenan de lodo cuando llueve como suele llover en el Llano. Y vi sus colinas y sus montañas nevadas, pero sobre todo, desde su orilla, admiré el horizonte llanero que se pierde en las nubes”. Hernández es poeta, narrador, periodista y pedagogo, con un postgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Fue fundador de la revista Umbra. Reside en Maracay, donde dirige el suplemento cultural Contenido, que circula en el diario El Periodiquito.  Es también autor del ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999), entre otros títulos.

La cita es este jueves 30 de septiembre, a las 6:00 pm. En la librería La Ballena Blanca, Av. 3, sector Glorias Patrias.